Avaricia
Se dice que la
avaricia es una de los siete pecados capitales. Y en este caso, el orden no
altera el producto.
He tenido que
toparme con muchas clases de gente pero de todos ellos, las avariciosas con
toda seguridad se llevan la palma en cuanto a gravedad.
La avaricia es el
afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas. Simple y
llanamente. Pero este pecado capital, hace que salga a relucir en toda su
plenitud, las miserias internas del ser humano.
Por encima del
sentimiento propio de la familia, por encima de juicio y la sensatez o por
encima de la justicia, se alza la avaricia. Y si esta avaricia va acompañada de
un egoísmo desmedido, entonces, apaga y vámonos. Una persona avariciosa, nunca,
entenderá los lazos familiares que le unen a otra persona, así, de esta manera,
podrá hacerse con todo el patrimonio sin sentir arrepentimiento. Igual sucede
con la sensatez o la justicia, que quedarán eliminadas de la ecuación. El
fin justifica el medio y si de atesorar,
aunque no se necesite, hablamos, entonces está más que justificado.
El avaricioso, es capaz
de engañar cuando de poseer un bien se trata. Si este bien, le viene dado de la
mano de otra persona, no pensará si lo merece, si lo necesita o si le
pertenece, el avaricioso tan solo se lo quedará. Y aquí no hay razones que lo
convenzan de lo contrario.
Para el avaricioso,
el poseer es una necesidad o, ¿una enfermedad? Da igual, el caso es que cuando
se trata de quedarse con algo que no le pertenece no tendrá miramientos, no
tendrá parentesco, ni remordimientos, no tendrá justicia y en definitiva, no
tendrá razón pero, ¿a quién le importa? Tan solo le importará a la persona, o
personas, que están junto a un avaricioso ya que gracias a esa “cualidad” se
verá desplazado, injuriado, acusado, culpabilizado y cualquier otra acusación
que sirva para darle la razón a su avaricia. En ocasiones el que convive con un
avaro terminara por tener un sentimiento
de impotencia que con toda probabilidad minará su salud. Claro que esto, tampoco
es motivo de preocupación para el avaro.
Como en todo, hay
ciertos matices que minimizan el pecado en sí. Si la avaricia te la encuentras
en un hermano, o cuñada bien es cierto que, si no te perjudica, poco te importa.
Pero ay, si la avaricia la posee una madre. Si es una madre la avariciosa, el término
cambia a peor, entonces hablamos de AVARICIA en toda su plenitud. Una madre
avariciosa no entenderá de lazos maternales, verá en su hijo un posible
perjuicio a sus intereses. Lo verá como un ladrón que quiere quitarle lo que es
suyo. Lo verá como una amenaza. Haciendo que, irremediablemente, reniegue de
él. He incluso lo desherede, pensando que quizás si le quita ese derecho ella
podrá llevarse todo consigo, incluso después de muerta. Aquí, acude a mi
memoria el cuento aquel donde un pobre hombre estaba casado con una mujer muy
avariciosa, avariciosa en extremo. Se cuenta, que esta pareja atesoró un
importante capital sin que pudiera, ni compartirlo, ni mucho menos disfrutarlo.
El caso es que la muerte no perdona ni entiende de personas, no en vano es uno
de los tres dioses que lleva los ojos vendados, así pues, nos encontramos en el
funeral de tan singular mujer. Allí reunidos no había más que el esposo, un
vecino y naturalmente el sacerdote que daba el sepelio y los dos enterradores.
Ni hijos, ni nueras, ni nietas, ni hermanas. Cinco personas componían el
entierro. De estas cinco personas, el vecino, sabedor de la avaricia de aquella
mujer, estaba algo preocupado ya que conocía la última exigencia de la esposa
del amigo. Esta, le había hecho jurar que a su muerte la enterraría con todo su
capital, ya que era suyo y quería llevárselo. Así que cuando el sacerdote
terminó de oficiar la misa, los enterradores se acercaron al ataúd para
proceder a su entierro, y fue entonces
cuando el esposo pidió que lo abrieran porque era deseo de su mujer ser
enterrada con una caja que llevaba y así se hizo. El esposo, con infinito amor,
depositó la caja entre las manos de su muerta mujer ante el mutismo de los
demás. Ya concluida la labor, el amigo alarmado le preguntó si había llevado a
cabo el último deseo de su mujer, a lo que este le contestó que sí. Él era buen
cristiano y no podía dejar de cumplir la última voluntad de su esposa así que
sí, lo había cumplido. Para tranquilidad
del amigo, le explicó que un día antes había ido al banco, retiró todo el
dinero, lo puso en su cuenta y extendió un cheque a nombre de su difunta mujer y
esto, era lo que había introducido en la caja, el cheque para que ella
dispusiera en caso de necesidad. Este cuento es sin duda muy conocido a la par
de muy ilustrativo. ¿No les parece?
La mujer, en su
avaricia, se había quedado sola en su último viaje. Hijos, nueras, hermanas, sobrinos,
todos, habían renegado de ella por culpa de su desmedido afán de atesorar sin
necesidad. En su vida le importó más el dinero que la compañía que pudiera
brindarle su familia. Estar con ellos, convivir con ellos siempre tenía un
coste y ella no estaba dispuesta a desperdiciar su capital en frivolidades como
esas. El marido, se quedó seguramente conocedor de la precaria salud de su
mujer, de otra manera no se entiende, porque, incluso el más cristiano de los
mortales no cometería pecado alguno si tras, una vida junto a una persona
avariciosa la dejase sola.
Sin duda, la
avaricia es un mal mayor de difícil solución. El avaro, no tendrá escrúpulos a
la hora de enriquecerse más a costa de quién sea.
Sin embargo existen
dos clases de avaricioso. Como ya hemos mencionado, está el avaro egoísta,
aquel te atesora sin necesidad y mucho menos sin utilidad. Por otra parte nos
encontramos con el avaro codicioso, que si bien es avaro, se distingue del
primero con un cierto matiz. Este, tan solo atesora con el fin de utilizarlo
en su propio beneficio. Digamos que este
es el gastoso de los avaros. Ambos por igual, son capaces de dormir con un ojo
abierto, no vaya a ser que mientras duermen su fortuna mengue, o en el peor de
los casos, se la quiten.
Este pecado capital
era descrito en Italia por medio de una víbora, Offende viva, e risana morta; Hiere
cuando vive y después de muerta cura. O lo que es lo mismo: no hay mejor víbora
que la que está muerta. Mejor aún: es una forma de llamar víbora a una persona
avariciosa. Pero, no se vayan todavía
que esto mejora: no hay mejor persona avariciosa que la que está muerta.
¿Descriptivo verdad?
Cuando la avaricia y
el egoísmo entran por la puerta, los lazos familiares salen por la ventana. Y
de qué forma salen, espavoridos.
Familias enteras se han destruido gracias a este mal. Hermanos que se
han peleado, cuando la relación entre ellos era excepcional y correcta.
Matrimonios rotos y hasta intentos de
suicidios. Sí han leído bien, intentos de suicidios, hasta tres. Conozco un matrimonio (y esto es verídico),
donde el marido harto de la insatisfacción de su esposa por atesorar una gran
fortuna y tras una larga vida trabajando se encuentra en su vejez que la mujer
sigue igual de insatisfecha acusándole de no tener más y de una vida de
desgracia a su lado, decide que ya no puede más he intenta un suicidio. Por
fortuna el pobre hombre no tiene valor para llevarlo a cabo y no culmina su
empresa con el trágico final. Esto, nos
demuestra que no deja de ser tortuoso el camino que se vive, o comparte, junto
a una persona avariciosa y egoísta. Por no mencionar la impotencia tan grande
que se apodera de la persona que tiene que convivir con un avaro. Naturalmente,
a la muerte del marido, algo que le llega a él antes que a ella, la mujer no
llora por él sino por el dinero que dejará de ingresar. A la muerte del marido
deja de percibir la más que buena paga de jubilación, y esto es debido a que
ella también cobra un pensión y el gobierno, que en estos asuntos no entiende a
razones, no solo reduce trágicamente la paga de su marido por la de viudedad
sino que obliga a la mujer a quedarse con una de las dos pagas, la otra se le
retira. Porca miseria. No lamenta la pérdida de su marido, sino la pérdida de
su dinero. No llora por la soledad, sino por el vacío en sus arcas que ha
dejado. Y así mis queridos lectores, es como actúa la mente de una persona
avariciosa. Es mezquina, ruin, miserable. Es egoísmo en su estado puro. Sí, la
avaricia tiene la cara fea.
Ya lo decía Plubio Siro;
Al pobre le faltan muchas
cosas, al avaro, todas.
Y ya lo digo yo;
Si te topas con un avaro, corre, corre y no pares hasta que no te hablen en
arameo.
En conclusión,
podemos decir sin temor a equivocarnos que es una verdadera locura vivir pobre
para morir rico. Un avaro jamás entenderá que para ser rico no debe atesorar
bienes materiales sino personales y mientras esto sea así tendremos avaro por
largo rato.